SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS (A)
MONICIÓN AMBIENTAL
Este domingo de
Pentecostés culmina el tiempo de celebración de la Pascua de Jesucristo. La
Iglesia se manifiesta públicamente, movida por la fuerza del Espíritu Santo
comienza a evangelizar a todos los pueblos comenzando por Jerusalén. Desde
entonces la Iglesia evangeliza a través de la Palabra y de los sacramentos, iluminando
todas las realidades humanas como la familia, sin descuidar la promoción
integral de la persona humana.
ORACIÓN COLECTA
Dios todopoderoso y
eterno, que has querido que celebráramos el misterio pascual durante cincuenta
días, renueva entre nosotros el prodigio de Pentecostés, para que los pueblos
divididos por el odio y el pecado se congreguen por medio de tu Espíritu y,
reunidos, confiesen tu nombre en la diversidad de sus lenguas.
Por nuestro Señor
Jesucristo.
PRIMERA LECTURA
M. El libro de los
Hechos de los Apóstoles relata el acontecimiento de Pentecostés, cuando los
apóstoles quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en
diferentes lenguas, aun cuando sus oyentes procedían de varias naciones.
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 2,1-11
Al llegar el día de
Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del
cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban.
Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima
de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en
lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería. Se
encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la
tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque
cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos,
preguntaban: “¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo
es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay
partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el
Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que
limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos;
también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas
de Dios en nuestra propia lengua”.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL
Sal 103, 1ab y 24ac. 29bc-30.31 y 34 (R.: cf. 30)
M. Pidamos al Señor que
actualice la acción de su Espíritu Santo en nosotros, diciendo con humilde fe: R/. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la
faz de la tierra.
Bendice, alma mía, al
Señor:
¡Dios mío, qué grande
eres!
Cuántas son tus obras,
Señor;
la tierra está llena de
tus criaturas.
R/. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
Les retiras el aliento,
y expiran
y vuelven a ser polvo;
envías tu aliento, y los
creas,
y repueblas la faz de la
tierra.
R/. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
Gloria a Dios para
siempre,
goce el Señor con sus
obras.
Que le sea agradable mi
poema,
y yo me alegraré con el
Señor.
R/. Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
SEGUNDA LECTURA
M. San Pablo nos
recuerda que aun cuando haya diversidad de dones, de ministerios y de funciones
todos proceden del mismo Dios, que concede a los fieles estas gracias para el
bien común de la Iglesia.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los
Corintios 12,3b-7.12-13
Hermanos:
Nadie puede decir:
“Jesús es Señor”, si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Hay diversidad de
dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo
Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra toda en
todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque, lo
mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del
cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos
nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un
mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo
Espíritu.
Palabra de Dios.
SECUENCIA
Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el
cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones
espléndido;
luz que penetra las
almas;
fuente del mayor
consuelo.
Ven, dulce huésped del
alma,
descanso de nuestro
esfuerzo,
tregua en el duro
trabajo,
brisa en las horas de
fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los
duelos.
Entra hasta el fondo del
alma,
divina luz, y
enriquécenos.
Mira el vacío del
hombre,
si tú le faltas por
dentro;
mira el poder del
pecado,
cuando no envías tu
aliento.
Riega la tierra en
sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas,
infunde
calor de vida en el
hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el
sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus
siervos;
por tu bondad y tu
gracia,
dale al esfuerzo su
mérito;
salva al que busca
salvarse
y danos tu gozo eterno.
M. San Juan recoge el momento
cuando Jesús se apareció en la tarde del domingo de resurrección, envía a sus
discípulos y les concede el don del Espíritu Santo para perdonar los pecados.
ACLAMACION ANTES DEL EVANGELIO
Aleluya
Ven, Espíritu Santo,
llena los corazones de tus fieles
y enciende en ellos la llama de tu amor.
EVANGELIO
† Lectura del santo evangelio según san Juan 20,19-23
Al anochecer de aquel
día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las
puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en
medio y les dijo: “Paz a vosotros”. Y, diciendo esto, les enseño las manos y el
costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús
repitió: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío
yo”. Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el
Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a
quienes se los retengáis, les quedan retenidos”.
Palabra del Señor.
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
CEC
696, 726, 731-732, 737-741, 830, 1076, 1287, 2623: Pentecostés
CEC
599, 597,674, 715: el testimonio apostólico de Pentecostés
CEC
1152, 1226, 1302, 1556: el misterio de Pentecostés continúa en la Iglesia
CEC 767, 775, 798, 796,
813, 1097, 1108-1109: la Iglesia, comunión en el Espíritu
731 El día de Pentecostés (al término de las siete semanas
pascuales), la Pascua de Cristo se consuma con la efusión del Espíritu Santo
que se manifiesta, da y comunica como Persona divina: desde su plenitud,
Cristo, el Señor (cf. Hch AC 2,36),
derrama profusamente el Espíritu.
732 En este día se revela
plenamente la Santísima Trinidad. Desde ese día el Reino anunciado por Cristo
está abierto a todos los que creen en Él: en la humildad de la carne y en la
fe, participan ya en la comunión de la Santísima Trinidad. Con su venida, que
no cesa, el Espíritu Santo hace entrar al mundo en los "últimos
tiempos", el tiempo de la Iglesia, el Reino ya heredado, pero todavía no consumado:
«Hemos visto la verdadera Luz, hemos recibido el Espíritu
celestial, hemos encontrado la verdadera fe: adoramos la Trinidad indivisible
porque ella nos ha salvado» (Oficio Bizantino de las Horas. Oficio
Vespertino del día de Pentecostés, Tropario 4)
733 "Dios es
Amor" (1JN 4,8 1JN 4,16) y el Amor que es el primer don, contiene
todos los demás. Este amor "Dios lo ha derramado en nuestros corazones por
el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (RM 5,5).
734 Puesto que hemos
muerto, o, al menos, hemos sido heridos por el pecado, el primer efecto del don
del Amor es la remisión de nuestros pecados. La comunión con el Espíritu Santo
(2CO 13,13) es la que, en la Iglesia, vuelve a dar a los bautizados la
semejanza divina perdida por el pecado.
735 Él nos da entonces las
"arras" o las "primicias" de nuestra herencia (cf. RM
8,23 2CO 1,21): la vida misma de la Santísima Trinidad que es amar
"como él nos ha amado" (cf. 1JN 4,11-12). Este amor (la
caridad que se menciona en 1Co 13) es el principio de la vida nueva en
Cristo, hecha posible porque hemos "recibido una fuerza, la del Espíritu
Santo" (AC 1,8).
736 Gracias a este poder
del Espíritu Santo los hijos de Dios pueden dar fruto. El que nos ha injertado
en la Vid verdadera hará que demos "el fruto del Espíritu, que es caridad,
alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre,
templanza"(GA 5,22-23). "El Espíritu es nuestra Vida":
cuanto más renunciamos a nosotros mismos (cf. MT 16,24-26), más
"obramos también según el Espíritu" (GA 5,25):
«Por el Espíritu Santo
se nos concede de nuevo la entrada en el paraíso, la posesión del reino de los
cielos, la recuperación de la adopción de hijos: se nos da la confianza de
invocar a Dios como Padre, la participación de la gracia de Cristo, el podernos
llamar hijos de la luz, el compartir la gloria eterna (San Basilio Magno,Liber
de Spiritu Sancto, 15, 36: PG 32,132).
737 La misión de Cristo y del Espíritu Santo se realiza en la
Iglesia, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo. Esta misión conjunta
asocia desde ahora a los fieles de Cristo en su comunión con el Padre en el
Espíritu Santo: El Espíritu Santo prepara a los hombres, los previene
por su gracia, para atraerlos hacia Cristo. Les manifiesta al Señor
resucitado, les recuerda su palabra y abre su mente para entender su Muerte y
su Resurrección. Les hace presente el misterio de Cristo, sobre todo en
la Eucaristía para reconciliarlos, para conducirlos a la comunión con
Dios, para que den "mucho fruto" (JN 15,5 JN 15,8 JN 15,16).
738 Así, la misión de la
Iglesia no se añade a la de Cristo y del Espíritu Santo, sino que es su
sacramento: con todo su ser y en todos sus miembros ha sido enviada para
anunciar y dar testimonio, para actualizar y extender el Misterio de la Comunión
de la Santísima Trinidad (esto será el objeto del próximo artículo):
«Todos nosotros que hemos recibido el mismo y único espíritu, a
saber, el Espíritu Santo, nos hemos fundido entre nosotros y con Dios. Ya que
por mucho que nosotros seamos numerosos separadamente y que Cristo haga que el
Espíritu del Padre y suyo habite en cada uno de nosotros, este Espíritu único e
indivisible lleva por sí mismo a la unidad a aquellos que son distintos entre
sí [...] y hace que todos aparezcan como una sola cosa en él . Y de la misma
manera que el poder de la santa humanidad de Cristo hace que todos aquellos en
los que ella se encuentra formen un solo cuerpo, pienso que también de la misma
manera el Espíritu de Dios que habita en todos, único e indivisible, los lleva
a todos a la unidad espiritual» (San Cirilo de Alejandría, Commentarius in
Iohannem, 11, 11: PG 74,561).
739 Puesto que el Espíritu
Santo es la Unción de Cristo, es Cristo, Cabeza del Cuerpo, quien lo distribuye
entre sus miembros para alimentarlos, sanarlos, organizarlos en sus funciones
mutuas, vivificarlos, enviarlos a dar testimonio, asociarlos a su ofrenda al
Padre y a su intercesión por el mundo entero. Por medio de los sacramentos de
la Iglesia, Cristo comunica su Espíritu, Santo y Santificador, a los miembros
de su Cuerpo (esto será el objeto de la Segunda parte del Catecismo).
740 Estas "maravillas
de Dios", ofrecidas a los creyentes en los Sacramentos de la Iglesia,
producen sus frutos en la vida nueva, en Cristo, según el Espíritu (esto será
el objeto de la Tercera parte del Catecismo).
741 "El Espíritu viene en
ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene; mas el
Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables" (RM 8,26).
El Espíritu Santo, artífice de las obras de Dios, es el Maestro de la oración
(esto será el objeto de la Cuarta parte del Catecismo).
HERMENÉUTICA DE LA FE
Jesús resucitado saluda a sus discípulos deseándoles la paz, su
soplo es la comunicación del Espíritu Santo como acontecerá en Pentecostés. La
comunicación de Sí mismo, del amor de Dios Padre a la humanidad, siempre
implica la relación entre el Hijo y el Espíritu Santo. Jesucristo, en continuidad con la misión
recibida del Padre, envía a sus discípulos para que continúen la redención:
rescatar de la muerte y salvar al que está perdido, repartir a todas las
naciones los bienes mesiánicos. He aquí la universalidad de la misión
evangelizadora de la Iglesia, que el Vaticano II llama sacramento universal de
salvación y los apóstoles constituyen el origen de la Jerarquía (cf. Ad Gentes
5).
El envío misionero de la Iglesia es para todos los fieles, cada
según su vocación divina. “La misión de Cristo se realizó en el amor.
Encendió en el mundo el fuego de la caridad de Dios (cf. Lc 12,49). El
Amor es el que da la vida; por eso la Iglesia es enviada a difundir en el
mundo la caridad de Cristo, para que los hombres y los pueblos "tengan
vida y la tengan en abundancia… La Iglesia se siente discípula y misionera
de este Amor: misionera sólo en cuanto discípula, es decir, capaz de
dejarse atraer siempre, con renovado asombro, por Dios que nos amó y nos ama
primero” (Benedicto XVI).
La efusión del Espíritu Santo indica una nueva creación en
Cristo, indica un nuevo modo de vivir según el Espíritu. “Jesús sopla sobre los
Apóstoles y les da de modo nuevo, más grande, el soplo de Dios. En los hombres,
a pesar de todos sus límites, hay ahora algo absolutamente nuevo, el soplo de
Dios. La vida de Dios habita en nosotros. El soplo de su amor, de su verdad y
de su bondad” (Benedicto XVI).
Al don del Espíritu Santo, Jesús une la transmisión de su poder
divino de perdonar los pecados, instituyendo el sacramento de la penitencia:
“Jesús puede dar el perdón y el poder de perdonar, porque él mismo sufrió las
consecuencias de la culpa y las disolvió en las llamas de su amor. El perdón
viene de la cruz; él transforma el mundo con el amor que se entrega. Su corazón
abierto en la cruz es la puerta a través de la cual entra en el mundo la gracia
del perdón. Y sólo esta gracia puede transformar el mundo y construir la paz”
(Benedicto XVI).
Jesucristo al darles el Espíritu Santo a sus discípulos cumplió
la promesa de la efusión de su Espíritu, de los “torrentes de agua viva” que
saltarían desde las entrañas de los cristianos. La fuerza divina del Espíritu
Santo armoniza el corazón del creyente con el de Jesús, mueve al fiel a amar a
sus hermanos con el mismo amor de su Señor. El Espíritu Santo transforma
también el corazón de la Iglesia para que sea testigo del amor de Dios Padre.
La Iglesia movida por el amor divino busca el bien integral de la humanidad
evangelizando con la Palabra y los sacramentos; también busca la promoción de
los seres humanos.
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