CUARTO DOMINGO T O (A)
MONICIÓN AMBIENTAL
La liturgia de la Palabra de este
domingo nos muestran el camino de la verdadera felicidad a través de las
bienaventuranzas, destacando el valor de la humildad y de la pobreza
evangélica, cuyo único tesoro está en el Señor, también nos invita a tomar
conciencia de la misericordia de nuestra vocación y elección, conscientes de la
predilección del Señor con cada uno de nosotros.
Oración colecta
Señor, concédenos amarte con todo el
corazón
y que nuestro amor se extienda
también
a todos los hombres.
Por nuestro Señor Jesucristo.
PRIMERA
LECTURA
M. El profeta Sofonías nos
invita a adquirir la pobreza y humildad capaces de confiar en el Señor,
priorizando los valores espirituales.
Lectura del Profeta Sofonías 2, 3; 3, 12-13
Buscad al Señor los humildes, que cumplís sus mandamientos;
buscad la justicia, buscad la moderación, quizá podáis ocultaros el día de la
ira del Señor. Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en
el nombre del Señor. El resto de Israel no cometerá maldades, ni dirá mentiras,
ni se hallará en su boca una lengua embustera; pastarán y se tenderán sin
sobresaltos.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial Sal
145, 7. 8-9a. 9bc-10
M. El salmista exalta al pobre de espíritu, reconociendo el
infinito amor del Señor con cada ser humano. Digamos: V/. Dichosos los pobres
en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
R/. Dichosos los pobres
en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
V/. El Señor hace
justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos. El Señor liberta a los
cautivos.
R/. Dichosos los pobres
en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
V/. El Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que
ya se doblan, el Señor ama a los justos, el Señor guarda a los peregrinos.
R/. Dichosos los pobres
en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
V/. El Señor sustenta al
huérfano y a la viuda y trastorna el camino de los malvados. El Señor reina
eternamente, tu Dios, Sión, de edad en edad.
R/. Dichosos los pobres
en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
SEGUNDA LECTURA
M. San Pablo destaca
cómo Dios se fija y elige lo débil del mundo para anular al que se vanagloria y
al poderoso.
Lectura de la primera
carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 1, 26-31
Hermanos: Fijaos en vuestra asamblea, no hay en ella muchos
sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas; todo lo
contrario, lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios.
Aún más, ha escogido la gente baja del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta
para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del
Señor. Por él vosotros sois en Cristo Jesús, en este Cristo que Dios ha hecho
para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención. Y así—como dice
la Escritura—el que se gloríe que se gloríe en el Señor.
Palabra de Dios.
M. El evangelista san
Mateo recoge el pasaje de las bienaventuranzas, donde el Señor exalta los
grandes valores que nacen de la caridad, invitándonos a permanecer en la
auténtica alegría.
Aleluya
Alégrense y salten de
contento, porque su premio será grande en los cielos.
EVANGELIO
Lectura del santo
Evangelio según San Mateo 5, 1-12ª
En aquel tiempo, al ver
Jesús al gentío subió a la montaña, se sentó y se acercaron sus discípulos, y
el se puso a hablar enseñándoles: Dichosos los pobres en el espíritu, porque de
ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán
la tierra. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los
que tienen hambre y sed de 1a justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos
los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos
los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan
por la paz, porque ellos se llamarán «los Hijos de Dios.» Dichosos los
perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los
Cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten, y os persigan, y os calumnien de
cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra
recompensa será grande en el cielo.
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
CEC
459, 520-521: Jesús, modelo de las Bienaventuranzas para todos nosotros
CEC
1716-1724: la vocación a las Bienaventuranzas
CEC 64, 716: los pobres,
los humildes y los “últimos” traen la esperanza del Mesías
1716 Las bienaventuranzas están en el centro de la predicación de
Jesús. Con ellas Jesús recoge las promesas hechas al pueblo elegido desde
Abraham; pero las perfecciona ordenándolas no sólo a la posesión de una tierra,
sino al Reino de los cielos:
Bienaventurados
los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Bienaventurados
los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.
Bienaventurados
los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados
los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados
los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados
los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados
los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados
los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los
cielos.
Bienaventurados
seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal
contra vosotros por mi causa.
Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en
los cielos. (MT 5,3-12)
1717
Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad;
expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su Pasión y de su
Resurrección; iluminan las acciones y las actitudes características de la vida
cristiana; son promesas paradójicas que sostienen la esperanza en las
tribulaciones; anuncian a los discípulos las bendiciones y las recompensas ya
incoadas; quedan inauguradas en la vida de la Virgen María y de todos los
santos.
1718 Las bienaventuranzas responden al deseo natural de felicidad.
Este deseo es de origen divino: Dios lo ha puesto en el corazón del hombre a
fin de atraerlo hacia El, el único que lo puede satisfacer:
Ciertamente
todos nosotros queremos vivir felices, y en el género humano no hay nadie que
no dé su asentimiento a esta proposición incluso antes de que sea plenamente
enunciada. (S. Agustín, mor. eccl. 1, 3, 4).
¿Cómo
es, Señor, que yo te busco? Porque al buscarte, Dios mío, busco la vida feliz,
haz que te busque para que viva mi alma, porque mi cuerpo vive de mi alma y mi
alma vive de ti. (S. Agustín, conf. 10, 20.29).
Sólo
Dios sacia. (Santo Tomás de Aquino, symb. 1).
1719
Las bienaventuranzas descubren la meta de la existencia humana, el fin último
de los actos humanos: Dios nos llama a su propia bienaventuranza. Esta vocación
se dirige a cada uno personalmente, pero también al conjunto de la Iglesia,
pueblo nuevo de los que han acogido la promesa y viven de ella en la fe.
1720 El Nuevo Testamento utiliza varias expresiones para
caracterizar la bienaventuranza a la que Dios llama al hombre: la llegada del
Reino de Dios (cf MT 4,17); la visión de Dios: “Dichosos los limpios de
corazón porque ellos verán a Dios” (MT 5,8 cf 1JN 3,2 1CO 13,12);
la entrada en el gozo del Señor (cf MT 25,21 MT 25,23); la entrada en el
Descanso de Dios (HE 4,7-11):
Allí descansaremos y veremos; veremos y nos amaremos; amaremos y
alabaremos. He aquí lo que acontecerá al fin sin fin. ¿Y qué otro fin tenemos,
sino llegar al Reino que no tendrá fin? (S. Agustín, CIV 22,30).
1721 Porque Dios nos ha
puesto en el mundo para conocerle, servirle y amarle, y así ir al cielo. La
bienaventuranza nos hace participar de la naturaleza divina (2P 1,4) y
de la Vida eterna (cf JN 17,3). Con ella, el hombre entra en la gloria
de Cristo (cf RM 8,18) y en el gozo de la vida trinitaria.
1722 Semejante
bienaventuranza supera la inteligencia y las solas fuerzas humanas. Es fruto
del don gratuito de Dios. Por eso la llamamos sobrenatural, así como también
llamamos sobrenatural la gracia que dispone al hombre a entrar en el gozo
divino.
“Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a
Dios”. Ciertamente, según su grandeza y su inexpresable gloria, ‘nadie verá a
Dios y seguirá viviendo’, porque el Padre es inasequible; pero su amor, su
bondad hacia los hombres y su omnipotencia llegan hasta conceder a los que lo
aman el privilegio de ver a Dios... ‘porque lo que es imposible para los
hombres es posible para Dios’. (S. Ireneo, haer. 4, 20, 5).
1723 La bienaventuranza
prometida nos coloca ante opciones morales decisivas. Nos invita a purificar
nuestro corazón de sus malvados instintos y a buscar el amor de Dios por encima
de todo. Nos enseña que la verdadera dicha no reside ni en la riqueza o el
bienestar, ni en la gloria humana o el poder, ni en ninguna obra humana, por
útil que sea, como las ciencias, las técnicas y las artes, ni en ninguna
criatura, sino sólo en Dios, fuente de todo bien y de todo amor:
El dinero es el ídolo de nuestro tiempo. A él rinde homenaje
‘instintivo’ la multitud, la masa de los hombres. Estos miden la dicha según la
fortuna, y, según la fortuna también, miden la honorabilidad... Todo esto se
debe a la convicción de que con la riqueza se puede todo. La riqueza por tanto
es uno de los ídolos de nuestros días, y la notoriedad es otro... La
notoriedad, el hecho de ser reconocido y de hacer ruido en el mundo (lo que
podría llamarse una fama de prensa), ha llegado a ser considerada como un bien
en sí mismo, un bien soberano, un objeto de verdadera veneración. (Newman, mix.
5, sobre la santidad).
1724 El
Decálogo, el Sermón de la Montaña y la catequesis apostólica nos describen los
caminos que conducen al Reino de los cielos. Por ellos avanzamos paso a paso
mediante los actos de cada día, sostenidos por la gracia del Espíritu Santo.
Fecundados por la Palabra de Cristo, damos lentamente frutos en la Iglesia para
la gloria de Dios (cf la parábola del sembrador: MT 13,3-23).
HERMENÉUTICA DE LA FE
El perfil de Jesucristo y del discípulo cristiano nos es
presentado en el evangelio de San Mateo, porque “las bienaventuranzas dibujan
el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los
fieles asociados a la gloria de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las
acciones y las actitudes características de la vida cristiana” (CEC 1717). Cada
bienaventuranza “promete precisamente aquel bien que abre al hombre a la
vida eterna; más aún, que es la misma vida eterna” (VS 16).
¿Por qué las bienaventuranzas describen la caridad? Porque “la
alegría y la realización personal se alcanzan mediante la entrega completa de
sí por amor a Cristo y a su reino” (Benedicto XVI). De un modo especial
destacan la humildad voluntaria y el que asume libremente la pobreza
evangélica. La humildad es un firme cimiento “porque una vez colocada ésta
debajo, todas las demás virtudes se edificarán con solidez; pero si ésta no
sirve de base, se destruye cuanto se levante por bueno que sea” (San Juan
Crisóstomo). Es bienaventurado el pobre “que se confía totalmente a Dios,... El
Señor ensalza la sencillez de corazón de quien reconoce a Dios como la
verdadera riqueza, pone en Él la propia esperanza, y no en los bienes de este
mundo” (VD 191).
Los discípulos de Jesucristo que viven la pobreza y humildad
“pierden todo lo más querido que tienen en este mundo. No se gozan en aquellas
cosas en que antes se alegraban y hasta que no posean el amor de las cosas
eternas son heridos por alguna tristeza. Se consolarán en el Espíritu Santo, el
cual con toda propiedad se llama Paráclito, lo que quiere decir consolador,
porque enriquece con la eterna alegría a los que pierden la alegría temporal”
(San Agustín).
Resulta impresionante hablar de la pureza de corazón como
preámbulo de la visión beatífica, “ya desde ahora esta pureza nos concede ver
según Dios, recibir a otro como un “prójimo”; nos permite considerar el cuerpo
humano, el nuestro y el del prójimo, como un templo del Espíritu Santo, una
manifestación de la belleza divina” (CEC 2519).
En el contexto actual de violencia que vivimos el gran desafío
es identificarnos con Cristo en la mansedumbre “dado que en el Bautismo hemos
sido configurados con Cristo, también debemos configurarnos con Cristo,
encontrar este espíritu de ser mansos, sin violencia, de convencer con el amor
y con la bondad” (Benedicto XVI).
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