VIGESIMO DOMINGO T O (B)
En aquel tiempo, dijo Jesús a
la gente: —«Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de
este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del
mundo.» Disputaban los judíos entre sí: —«¿Cómo puede éste darnos a comer su
carne?» Entonces Jesús les dijo: —«Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo
del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi
carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi
carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi
carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha
enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste
es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron
y murieron; el que come este pan vivirá para siempre» (Jn 6,51-58).
CONTEXTO LITÚRGICO
Prov 9,1-6; Sal 33, 2-3. 10-1 1.
12-13.14-15 (R/.: 9a); Ef 5,15-20
CITAS PROPUESTAS DEL CEC
CEC 1402-1405: la Eucaristía: “anticipación de la gloria futura”
CEC 2828-2837: la Eucaristía, nuestro pan cotidiano
CEC 1336: el escándalo
HERMENÉUTICA DE LA FE
Estos versículos del capítulo 6, a medida que desarrollan el
discurso del Pan de vida, en ningún momento indican que se trata de algo
simbólico, “creían pues los judíos, que el Señor dividiría en trozos su propia
carne y se la daría a comer” (San Beda). Ante la inminente deserción de muchos
seguidores suyos, el Señor jamás intentó dulcificar la promesa eucarística
diciendo por ejemplo que se trataba de una comunión de sentimientos, “como
decían que esto era imposible, esto es, que diese a comer su propia carne, les
dio a entender que no sólo no era imposible, sino muy necesario” (San Juan
Crisóstomo). El Señor “mantuvo firme su afirmación, todo su realismo, a pesar
de la defección de muchos de sus discípulos” (Benedicto XVI), incluso la prueba
de la fe para los apóstoles fue muy fuerte, pero culminó con la confesión de fe
de Pedro.
El lenguaje duro del discurso revela que “la Eucaristía sigue
siendo "signo de contradicción" y no puede menos de serlo, porque un
Dios que se hace carne y se sacrifica por la vida del mundo pone en crisis la
sabiduría de los hombres” (Benedicto XVI). Nótese
la profunda unidad del cuerpo humano de Jesús con su naturaleza divina, además
del valor sacrificial de su cuerpo. Esta maravillosa promesa se realiza en la
transubstanciación del jueves santo, obrada a través del agradecimiento y de la
bendición sacramental: “esta transformación, sin embargo, quiere ser el comienzo de la
transformación del mundo. Para que llegue a ser un mundo de resurrección, un
mundo de Dios. Sí, se trata de transformación. Del hombre nuevo y del mundo
nuevo que comienzan en el pan consagrado, transformado, transustanciado” (Benedicto XVI).
La promesa del Pan corresponde al Amor hecho Cuerpo
vivificador, primero por la autodonación de Jesucristo y en un segundo momento
por nuestra identificación con Él. La Eucaristía “es una presencia
dinámica, que nos aferra para hacernos suyos, para asimilarnos a él. Cristo nos
atrae a sí, nos hace salir de nosotros mismos para hacer de todos nosotros uno
con él. De este modo, nos inserta también en la comunidad de los hermanos, y la
comunión con el Señor siempre es también comunión con las hermanas y los
hermanos” (Benedicto XVI).
Tener la vida de
Cristo resucitado requiere no solamente fe, sino comerlo, vivir de su Cuerpo,
vivir en Cristo. Comiendo a Jesús comemos su donación, el sacramento de su amor,
de la verdad y de la paz sobrenatural, la plenitud de la vida que el hombre no
puede tener por sí mismo. “Este alimento contiene en sí todo el poder de la
Redención realizada por Cristo. Para vivir, el hombre necesita la comida y
la bebida. Para alcanzar la vida eterna, el hombre necesita la Eucaristía. Esta
es la comida y la bebida que transforma la vida del hombre y le abre el
horizonte de la vida eterna” (San Juan Pablo II).
El Pan de Vida requiere una fe madura, acrisolada en el
Amor verdadero, en el agradecimiento al más grande de los dones de Jesús,
requiere una vida divina más adulta y consciente porque es el Alimento de los
grandes (cfr. SC 69). “¡Cuán infinitamente grande es la liberalidad de Dios! Responde a
nuestros más profundos deseos, que no son únicamente deseos de pan terreno,
sino que alcanzan los horizontes de la vida eterna. ¡Este es el gran misterio
de la fe!” (San Juan Pablo II).
Fe en este Dios cercano, que va junto a nosotros, que se hace uno con nosotros
para que continuemos su misión redentora.
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