EL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO (B)
El primer día de los Azimos, cuando se sacrificaba el cordero
pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: —«¿Dónde quieres que vayamos a
prepararte la cena de Pascua?» Él envió a dos discípulos, diciéndoles: —«Id a
la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en
la casa en que entre, decidle al dueño: "El Maestro pregunta: ¿Dónde está
la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?" Os
enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos
allí la cena.» Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron
lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Mientras comían, Jesús
tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: —«Tomad,
esto es mi cuerpo.» Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se
la dio, y todos bebieron. Y les dijo: —«Ésta es mi sangre, sangre de la
alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la
vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios.» Después de
cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos (Mc 14,12-16. 22-26).
CONTEXTO LITÚRGICO DEL
EVANGELIO
Ex 24,3-8; Sal
115,12-13.15.16bc.17-18; Heb 9,11-15
“Tomó Moisés la sangre
y roció al pueblo, diciendo: —«Ésta es la sangre de la alianza que hace el
Señor con vosotros, sobre todos estos mandatos»” (Ex 24,8)
“Te ofreceré un
sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor. Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo” (Sal 115,17-18)
“la sangre de Cristo,
que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin
mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, llevándonos al
culto del Dios vivo. Por esa razón, es mediador de una alianza nueva” (Heb 9,14-15)
CITAS DEL CEC SUGERIDAS
CEC 790, 1003,
1322-1419: la Sagrada Eucaristía
CEC 805, 950,
2181-2182, 2637, 2845: la Eucaristía y la comunión de los fieles
CEC 1212, 1275, 1436,
2837: la Eucaristía como pan espiritual
HERMENÉUTICA DE LA FE
Jesús envía a Pedro y a
Juan a preparar el Cenáculo, “la "sala grande en el piso superior"
(cf. Mc 14,15) …, donde se les había
aparecido después de su resurrección; esa sala se había convertido, por decirlo
así, en la "sede" de la Iglesia naciente” (Benedicto XVI). Este es el
lugar de la institución del Sacrificio de la Nueva Alianza, del don del
sacerdocio, de Pentecostés donde los discípulos tenían un solo corazón y
perseveraban en la oración (cfr. Hch 1,14). La celebración eucarística
aconteció el jueves santo por la noche, el primer día de los Ázimos, cuando Jesús
comió la última cena pascual de la antigua Alianza y la primera cena pascual de
la Nueva y eterna Alianza.
Jesucristo es el
Cordero de Dios que con su Sacrificio voluntario realiza la Nueva y eterna
Alianza. Mediante el don extremo de su Amor, en su forma más radical y bella,
donde “La libertad de Dios y la libertad del hombre se han encontrado
definitivamente en su carne crucificada, en un pacto indisoluble y válido para
siempre. También el pecado del hombre ha sido expiado una vez por todas por el
Hijo de Dios” (SC 9).
Jesús confía a la
Iglesia la perpetuación en la historia de este único y eterno Sacrificio, como
sucedió desde sus comienzos en Jerusalén. Este don hecho a Dios Padre y a todos
los hombres, supone la aceptación por parte de Cristo del sacrificio de la
Iglesia, “llamada a ofrecerse también a sí misma unida al sacrificio de Cristo.
Por lo que concierne a todos los fieles, el Concilio Vaticano II enseña que «
al participar en el sacrificio eucarístico, fuente y cima de la vida cristiana,
ofrecen a Dios la Víctima divina y a sí mismos con ella” (EcEu 13).
La Eucaristía además de
memorial sacrificial es “el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la
Sangre del Señor" (CEC 1382). Este banquete convierte al creyente en
Cristo mismo. Estamos ante “la comunión íntima que, en el misterio de la
Iglesia, se crea entre Dios y el hombre, una comunión que, en nuestro camino
histórico, encuentra su signo más elevado en la Eucaristía” (San Juan Pablo
II). He aquí la fuente para construir la Iglesia como misterio de comunión y de
amor, para realizar la identidad y la misión de la familia.
Sin esta comunión
eucarística con Cristo no podemos dar frutos de vida eterna. Esto supone
también que estemos dispuestos a aceptar las necesarias podaduras a nuestro
egoísmo, a las inclinaciones al mal y al pecado. Esta es la respuesta de amor
al Amor que se hace alimento y bebida para nuestra hambre y sed de vida.
Cada Eucaristía
celebrada por la Iglesia, en cualquier catedral o en la capilla más sencilla
del mundo, constituye una acción de gracias. Mediante la acción litúrgica
volvemos al Cenáculo y nos unimos a la acción de gracias de Jesucristo,
Mediador de la nueva alianza y Sumo Sacerdote de los bienes futuros, por los
beneficios de la creación y la redención, por nuestro Padre Dios origen del
Amor, por Jesús que permanece con nosotros hasta el fin de la historia, por el
Espíritu de Verdad que guía a la Esposa del Cordero hasta la comunión plena.
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