TERCER DOMINGO CUARESMA (B)
En aquel tiempo se acercaba la Pascua
de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los
vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo
un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los
cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que
vendían palomas les dijo: —Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la
casa de mi Padre. Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «el celo
de tu casa me devora». Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: —
¿Qué signos nos muestras para obrar así? Jesús contestó: —Destruid este
templo, y en tres días lo levantaré. Los judíos replicaron: —Cuarenta
y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres
días? Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los
muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la
Escritura y a la Palabra que había dicho Jesús. Mientras estaba en Jerusalén
por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que
hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no
necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay
dentro de cada hombre (Jn 2,13-25).
CONTEXTO LITÚRGICO
DEL EVANGELIO
Ex 20,1-17; Sal
18,8-11; 1Co 1,22-25
“yo, el Señor,
tu Dios, soy un Dios celoso: castigo el pecado de los padres en los hijos,
nietos y biznietos, cuando me aborrecen. Pero actúo con piedad por mil
generaciones cuando me aman y guardan mis preceptos” (Ex 20,5-6)
“La voluntad del Señor es pura y
eternamente estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente
justos” (Sal 18,10)
“nosotros predicamos a Cristo
crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los griegos; pero para los
llamados a Cristo —judíos o griegos—: fuerza de Dios y sabiduría de Dios”
(1Co 1,23-24)
CITAS SUGERIDAS DEL
CEC
CEC 459, 577-582: Jesús y la
Ley
CEC 593, 583-586: el Templo
prefigura a Cristo; Él es el Templo
CEC 1967-1968: la nueva Ley
completa la antigua
CEC 272, 550, 853: la potencia de Cristo revelada en la cruz
HERMENÉUTICA DE LA FE
La cólera santa de Jesús revela su
profundo celo por la casa del Señor. El celo tiene aquí la impronta bíblica del
amor total y exclusivo a Dios Padre. En Jerusalén se había perdido la
sacralidad del Templo, convertido en un mercado. Ya no era el lugar
privilegiado para orar, sino que prevalecía una vida según la carne, el
egoísmo. Los adversarios religiosos de Jesús “como eran carnales, todo lo
interpretaban en sentido material, y Jesús habla en sentido espiritual” (san
Agustín). Esta tremenda diferencia en el culto tributado al Dios único y
verdadero permite afirmar que “no es Jesús quien destruye el templo; el templo
es abandonado a su destrucción por la actitud de aquellos que, de lugar de
encuentro de todos los pueblos con Dios, lo transformaron en «cueva de
ladrones», en lugar de negocios” (Benedicto XVI).
Cuando el Señor insta a que los judíos
destruyan el Templo de su Cuerpo, identificándose con el templo material,
anuncia la definitiva morada de Dios entre los hombres. La Muerte del Señor
como anuncio de la destrucción del Templo indica una nueva etapa de la historia
de la salvación (cfr. CEC 586). La ira santa de Jesús “ha inscrito
profundamente en la tradición de la Iglesia la ley de la santidad de la casa de
Dios… Jesús ha consagrado de una sola vez todos los templos del Pueblo de Dios”
(San Juan Pablo II).
El signo de Jonás dado por Jesús es el
signo de su autoridad como Dios. Se refiere a su Muerte y Resurrección, que “es
al mismo tiempo el signo de la ruina inminente del edificio y de la promesa del
nuevo templo; promesa del reino de la reconciliación y del amor que, en la
comunión con Cristo, se instaura más allá de toda frontera” (Benedicto XVI).
La destrucción del templo material da
origen al nuevo culto del templo espiritual: el cuerpo resucitado de
Jesucristo. “Él, en su vida, es el templo nuevo y vivo”. El “culto de deseo, ha
sido sustituido ahora por el culto real: el amor de Dios encarnado en Cristo y
llevado a su plenitud en la muerte de cruz… La cruz de Cristo, su amor con
carne y sangre es el culto real, correspondiendo a la realidad de Dios y del
hombre” (Benedicto XVI).
La sangre voluntariamente derramada por Cristo es
instrumento de comunión de vida para todos los creyentes. “Quien bebe esta
sangre en el sacramento de la Eucaristía y permanece en Jesús (cf. Jn 6,56)
queda comprometido en su mismo dinamismo de amor y de entrega de la vida, para
llevar a plenitud la vocación originaria al amor” (EV 26).
Nosotros los bautizados, piedras vivas del único edificio
espiritual, participamos de la vida divina de Jesucristo, nuestros cuerpos son
templos de la presencia de Dios, morada de su Espíritu, quien nos llama a
dejarnos guiar por su dinamismo oblativo, de entrega y de amor. San Pablo nos
invita a glorificar a Dios con nuestros cuerpos procediendo según el espíritu y
no según la carne. Como miembros del cuerpo eclesial hemos de construir la
unidad de la fe y la comunión, íntimamente unidos a nuestros obispos.
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