VIGESIMO DOMINGO TIEMPO ORDINARIO (A)
En
aquel tiempo, Jesús se marchó y se retiró al país de Tiro y Sidón. Entonces una
mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: “Ten
compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo”. Él
no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle:
“Atiéndela, que viene detrás gritando”. Él les contestó: “Sólo me han enviado a
las ovejas descarriadas de Israel”. Ella los alcanzó y se postró ante él, y el
pidió: “Señor, socórreme”. Él le contestó: “No está bien echar a los perros el
pan de los hijos”. Pero ella repuso: “Tienes razón, Señor; pero también los
perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos”. Jesús le
respondió: “Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas”. En aquel
momento quedó curada su hija (Mt 15,21-28).
COMENTARIO
Tiro
era la metrópoli de los cananeos y Sidón estaba en sus confines. La mujer
cananea del evangelio actúa con sabiduría porque tiene fe en Jesús, por
contraste con la incredulidad de muchos judíos. Esa mujer, sin conocer la Ley
ni los profetas, se acercó al Señor con fe y le pide misericordia.
La
fe de esta mujer está unida a una gran humildad y paciencia. Una fe muy grande
porque es profunda su sencillez de corazón, que le permite conseguir de Jesús
la curación de su hija a distancia; esta fe es la primicia de la actitud de
muchos gentiles ante la predicación del evangelio que les valdrá el acceso a la
salvación. Una humildad que además de reconocer la grandeza del pueblo judío, llega
a abajarse más que un perro, al nivel de los cachorros que les basta para comer
las migajas del pan, indicando la belleza de su pobreza interior. Una paciencia
que supera el silencio inicial del Señor, que pide al creyente perseverancia en
la súplica.
Esta
actitud tan conmovedora y de confianza plena en Jesucristo explica mejor por
qué el Señor, que conoce el corazón de los hombres, se retarda en responder a
sus suplicas, porque sabía de su gran virtud y quería que se manifestara a
todos.
El
Señor da la primacía a los judíos respecto a los gentiles porque reservaba el
don de la redención para el momento de su pasión y resurrección, donde se abren
las puertas de la salvación para todos los seres humanos.
La
hija de la cananea, y en otro pasaje el hijo del centurión, a quienes
Jesucristo no fue a visitar directamente, gracias a la apertura de sus padres, representan
a los pueblos gentiles que creyeron en la Palabra del Señor por medio de la
predicación apostólica. Los pueblos gentiles al escuchar y obedecer la
predicación apostólica alcanzaron la salvación, aun cuando el Señor no les
predicó directamente el evangelio.
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