VIGESIMO QUINTO DOMINGO (B)
MONICIÓN AMBIENTAL
El Señor nos llama hoy a buscar la auténtica
grandeza a través del servicio generoso y desinteresado a nuestros hermanos,
superando toda clase de maldad interior o de pretensiones egoístas que dividen
y apartan de la comunión con Dios.
ORACIÓN COLECTA
Oh Dios, que has puesto la plenitud de la ley
en el amor a ti y al prójimo, concédenos cumplir tus mandamientos para llegar
así a la vida eterna.
Por nuestro Señor Jesucristo.
PRIMERA LECTURA
M. El libro de la Sabiduría profetiza el
dolor del justo en manos de sus enemigos, pero sobre todo, emerge el cuidado
paterno de Dios sobre él.
Lectura del libro de la Sabiduría 2,12.17-20
Los malvados dijeron entre sí: Tendamos una
trampa al justo, porque nos molesta y se opone a lo que hacemos; nos echa en
cara nuestras violaciones a la ley, nos reprende las faltas contra los
principios en que fuimos educados.
Veamos si es cierto lo que dice, vamos a ver
qué le pasa en su muerte. Si el justo es hijo de Dios, él lo ayudará y lo
librará de las manos de sus enemigos. Sometámoslo a la humillación y a la
tortura, para conocer su temple y su valor. Condenémoslo a una muerte
ignominiosa, porque dice que hay quien mire por él.
Palabra de Dios.
SALMO RESPONSORIAL Sal
53,3-6.8 (R.: 18a)
M. El Salmo 53 expresa la confianza del justo
en Yavé, aunque corra peligro de muerte. Digamos con el salmista: R/. El Señor es quien me ayuda.
Sálvame, Dios mío, por tu nombre; con tu
poder defiéndeme. Escucha, Señor, mi oración y a mis palabras atiende.
Gente arrogante y violenta contra mí se ha
levantado. Andan queriendo matarme. ¡Dios los tiene sin cuidado!
Pero el Señor Dios es mi ayuda, él, quien me
mantiene vivo. Por eso te ofreceré con agrado un sacrificio, y te agradeceré,
Señor, tu inmensa bondad conmigo.
SEGUNDA LECTURA
M. El apóstol Santiago pone en evidencia que
la envidias y rivalidades brotan del corazón dividido y en conflicto, por
contraste con los buenos frutos de la sabiduría.
Lectura de la carta del apóstol Santiago 3,16-4,3
Hermanos míos: Donde hay envidias y
rivalidades, ahí hay desorden y toda clase de obras malas. Pero los que tienen
la sabiduría que viene de Dios son puros, ante todo. Además, son amantes de la
paz, comprensivos, dóciles, están llenos de misericordia y buenos frutos, son
imparciales y sinceros. Los pacíficos siembran la paz y cosechan frutos de
justicia.
¿De dónde vienen las luchas y los conflictos
entre ustedes? ¿No es, acaso, de las malas pasiones, que siempre están en
guerra dentro de ustedes?
Ustedes codician lo que no pueden tener y
acaban asesinando. Ambicionan algo que no pueden alcanzar, y entonces combaten
y hacen la guerra. Y si no lo alcanzan, es porque no se lo piden a Dios. O si
se lo piden y no lo reciben es porque piden mal, para derrocharlo en placeres.
Palabra de Dios.
M. San Marcos nos narra la disputa de los
discípulos del Señor sobre quién era el más importante. Jesucristo nos invita a
ser servidores de todos y los últimos de todos.
ACLAMACION ANTES DEL EVANGELIO
Aleluya Cf. Hch 16,14b
Ábrenos el corazón, Señor, para que aceptemos las palabras del tu Hijo.
EVANGELIO
† Lectura
del santo evangelio según san Marcos 9,30-37
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos
atravesaban Galilea, pero él no quería que nadie lo supiera, porque iba
enseñando a sus discípulos. Les decía: El Hijo del hombre va a ser entregado en
manos de los hombres; le darán muerte, y tres días después de muerto
resucitará. Pero ellos no entendían aquellas palabras y tenían miedo de pedir
explicaciones.
Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les
pregunto: ¿De qué discutían por el camino? Pero ellos se quedaron callados,
porque en el camino habían discutido sobre quién de ellos era el más
importante. Entonces Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: Si alguno
quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.
Después, tomando a un niño, lo puso en medio
de ellos, lo abrazó y les dijo: El que reciba en mi nombre a uno de estos
niños, a mí me recibe. Y el que me recibe a mí, no me recibe a mí, sino a aquel
que me ha enviado.
Palabra del Señor.
HOMILIA
Credo
ORACION DE LOS FIELES
Invoquemos con confianza
filial a nuestro Padre del cielo y, sabiendo que Él siempre nos escucha,
digámosle juntos: Padre, escúchanos.
Para que con fortaleza y
confianza los cristianos del tercer milenio anunciemos el Evangelio. Oremos al Señor.
Para que los obispos, a ejemplo
de Jesucristo, acojan con predilección a los pequeños, humildes y sencillos. Oremos al Señor.
Para que los pueblos que sufren
hambre, guerra o marginación, experimenten la compasión de Dios en la
solidaridad de toda la familia humana. Oremos al Señor.
Para que los enfermos y
agonizantes sientan la cercanía y el consuelo de Jesús. Oremos al Señor.
Para que en nuestra parroquia
reine el amor y la fraternidad y se destierre la rivalidad, la envidia y toda
clase de males. Oremos
al Señor.
Acepta benignamente,
Señor, los dones de tu pueblo, para que recibamos, por este sacramento
celestial, aquello mismo que el fervor de nuestra fe nos mueve a proclamar. Por
Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Acepta propicio, Señor,
las ofrendas de tu pueblo, para que alcance en el sacramento eucarístico los
bienes en que ha creído por la fe.
Por Jesucristo nuestro
Señor.
ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN Sal 118,4-5
Tú, Señor, promulgas tus
decretos para que se observen exactamente; ojalá esté firme mi camino para
cumplir tus consignas.
ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Que tu auxilio, Señor,
nos acompañe siempre a los que alimentas con tus sacramentos, para que por
ellos y en nuestra propia vida recibamos los frutos de la redención.
Por Jesucristo nuestro
Señor.
CATECISMO
DE LA IGLESIA CATÓLICA
CEC 539, 565, 600-605, 713: Cristo, el Siervo de
Dios obediente
CEC 786: “servir” en Cristo es “reinar”
CEC 1547, 1551: el sacerdocio ministerial es
servicio
CEC 2538-2540: el pecado de envidia
CEC 2302-2306: la defensa de la paz
600
Para Dios todos los momentos del tiempo están presentes en su actualidad. Por
tanto establece su designio eterno de "predestinación" incluyendo en
él la respuesta libre de cada hombre a su gracia: "Sí, verdaderamente, se
han reunido en esta ciudad contra tu santo siervo Jesús, que tú has ungido,
Herodes y Poncio Pilato con las naciones gentiles y los pueblos de Israel (cf. Ps
2,1-2), de tal suerte que ellos han cumplido todo lo que, en tu poder y tu
sabiduría, habías predestinado" (AC 4,27-28). Dios ha permitido los
actos nacidos de su ceguera (cf. Mt 26,54 JN 18,36 JN 19,11) para
realizar su designio de salvación (cf. Ac 3,17-18).
601
Este designio divino de salvación a través de la muerte del "Siervo, el
Justo" (IS 53,11; cf. Ac 3,14) había sido anunciado antes en
la Escritura como un misterio de redención universal, es decir, de rescate que
libera a los hombres de la esclavitud del pecado (cf. Is 53,11-12 JN 8,34-36).
S. Pablo profesa en una confesión de fe que dice haber "recibido" (1CO
15,3) que "Cristo ha muerto por nuestros pecados según las
Escrituras" (ibidem: cf. también AC 3,18 AC 7,52 AC 13,29 AC
26,22-23). La muerte redentora de Jesús cumple, en particular, la profecía
del Siervo doliente (cf. Is 53,7-8 y AC 8,32-35). Jesús mismo
presentó el sentido de su vida y de su muerte a la luz del Siervo doliente (cf.
Mt 20,28). Después de su Resurrección dio esta interpretación de las
Escrituras a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,25-27), luego a los
propios apóstoles (cf. Lc 24,44-45).
602
En consecuencia, S. Pedro pudo formular así la fe apostólica en el designio
divino de salvación: "Habéis sido rescatados de la conducta necia heredada
de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre
preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo, predestinado antes
de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos a causa de
vosotros" (1P 1,18-20). Los pecados de los hombres, consecuencia
del pecado original, están sancionados con la muerte (cf. Rm 5,12 1CO 15,56).
Al enviar a su propio Hijo en la condición de esclavo (cf. Flp PH
2,7), la de una humanidad caída y destinada a la muerte a causa del pecado
(cf. Rm 8,3), Dios "a quien no conoció pecado, le hizo pecado por
nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él" (2CO 5,21).
603
Jesús no conoció la reprobación como si él mismo hubiese pecado (cf. Jn 8,46).
Pero, en el amor redentor que le unía siempre al Padre (cf. Jn 8,29),
nos asumió desde el alejamiento con relación a Dios por nuestro pecado hasta el
punto de poder decir en nuestro nombre en la cruz: "Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?" (MC 15,34 PS 22,2). Al haberle hecho
así solidario con nosotros, pecadores, "Dios no perdonó ni a su propio
Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros" (RM 8,32) para que
fuéramos "reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo" (RM
5,10).
604
Al entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio
sobre nosotros es un designio de amor benevolente que precede a todo mérito por
nuestra parte: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado
a Dios, sino en que El nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por
nuestros pecados" (1JN 4,10 cf. 1JN 4,19). "La prueba
de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por
nosotros" (RM 5,8).
605 Jesús ha recordado al final de la parábola de la
oveja perdida que este amor es sin excepción: "De la misma manera, no es
voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno de estos pequeños" (MT
18,14). Afirma "dar su vida en rescate por muchos" (MT
20,28); este último término no es restrictivo: opone el conjunto de la
humanidad a la única persona del Redentor que se entrega para salvarla (cf. Rm
5,18-19). La Iglesia, siguiendo a los Apóstoles (cf. 2CO 5,15 1JN 2,2),
enseña que Cristo ha muerto por todos los hombres sin excepción: "no hay,
ni hubo ni habrá hombre alguno por quien no haya padecido Cristo" (Cc
Quiercy en el año 853: DS 624).
786 El Pueblo de Dios participa, por último, en la
función regia de Cristo". Cristo ejerce su realeza atrayendo a sí a
todos los hombres por su muerte y su resurrección (cf. Jn 12,32).
Cristo, Rey y Señor del universo, se hizo el servidor de todos, no habiendo
"venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por
muchos" (Mt 20,28). Para el cristiano, "servir es reinar"
(LG 36), particularmente "en los pobres y en los que sufren"
donde descubre "la imagen de su Fundador pobre y sufriente" (LG 8).
El pueblo de Dios realiza su "dignidad regia" viviendo conforme a
esta vocación de servir con Cristo.
De todos los que han nacido de nuevo en Cristo, el
signo de la cruz hace reyes, la unción del Espíritu Santo los consagra como
sacerdotes, a fin de que, puesto aparte el servicio particular de nuestro
ministerio, todos los cristianos espirituales y que usan de su razón se
reconozcan miembros de esta raza de reyes y participantes de la función
sacerdotal. ¿Qué hay, en efecto, más regio para un alma que gobernar su cuerpo
en la sumisión a Dios? Y ¿qué hay más sacerdotal que consagrar a Dios una
conciencia pura y ofrecer en el altar de su corazón las víctimas sin mancha de
la piedad? (San León Magno, serm. 4, 1).
HERMENÉUTICA DE LA FE
“La sabiduría que viene de
arriba, la que Cristo nos está enseñando: la de saber darle a la vida la
dimensión de servicio, de amor, de sufrimiento, de ofrecimiento por los demás;
y la sabiduría que nace del deseo del placer del hombre. ¿Qué combate en el cuerpo?
Todos sentimos este deseo de placer que lo dice tan gráficamente el apóstol
Santiago. Casi está describiendo la situación de El Salvador cuando dice: «¿De
dónde salen las luchas y los conflictos entre vosotros? ¿No es acaso de los
deseos de placer que combaten en vuestro cuerpo?...
Yo creo, hermanos, que los
santos han sido los hombres más ambiciosos. Los que han querido ser grandes de
verdad. Y son los únicos verdaderamente grandes. Ni los heroísmos de la tierra
pueden llegar a las alturas de un santo. Eso es lo que yo ambiciono para todos
ustedes y para mí: que seamos grandes, ¡ambiciosamente grandes! Porque somos
imágenes de Dios y no nos podemos contentar con grandezas mediocres.
El verdadero hombre grande
según Cristo. La primera, no la olvidemos, es ser justo en medio de la
persecución; la segunda, la acabo de reflexionar, es un servicio animado por el
amor y la humildad…
Decía San Agustín, hablando
de los mártires: «¿Ves al verdugo con su espada triunfante sobre el cadáver del
mártir? ¿Quién ha vencido? ¡No hay duda de que ha vencido la víctima! El que ha
vencido por la fuerza bruta de la espada no ha comprendido la grandeza del que
ha sabido dar su vida por un ideal altísimo. Ésta es la verdadera victoria que
vence al mundo.
Nadie se asuste, hermanos,
de ser inocente y tener que sufrir. Cuanto más inocente es el que lleva la cruz
más digno es de grandeza ante Dios
«Servir es reinar».
Podemos decir, también, al revés: «Reinar es servir». Es decir, el que llega a
tener una posición de autoridad tiene que considerar como servicio y sólo desde
el servicio podrá reinar. Por eso hay tanto malestar, porque no se ha
comprendido la felicidad de ser humilde, porque no se ha comprendido la dicha
de ser servidor, porque vamos discutiendo todavía por el camino como los
apóstoles
…Vale mucho un niño!, pero
no sólo en ese aspecto humano, sino, sobre todo, de la perspectiva que hoy nos
da Cristo: desde la perspectiva de la fe acogerlo en su nombre. Esto es lo
divino del cristianismo, acoger al niño en nombre de Cristo, es decir, como si
de veras sintieras al niño Jesús, como si de veras sintieras al Hijo del Hombre
con toda su grandeza divina encarnada en ese niño” (Mons. Oscar A. Romero).
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